sábado, 10 de mayo de 2008

Alivio Fatal



Mi odio ya estaba fuera de control.
Se le sumaba al hecho de la destrucción del cuerpo, la auto mutilación.
Es una adicción; una satisfacción fatal.
Las piernas, los brazos, las muñecas, la panza, todo salía lastimado.
Aliviaba mi dolor.

El filo pasaba a lo largo de mí abriendo la piel. Las emociones brotan como la misma sangre.
Tal vez sea lo único que me calme, que me tranquiliza.
Las miles de marcas son las huellas visibles del dolor, del vacío.






Hasta que un día sangras tanto que te descubren y terminas en el hospital.

jueves, 1 de mayo de 2008

Testimonio


Una vez le mande esto a una chica que me pidio un testimonio para un programa:


Mi vida estaba fuera de control, lo único que controlaba era la comida.
Primero elimine los desayunos y las meriendas. No desayunar me tría varias complicaciones en el colegio, como desconcentración, cansancio, irritabilidad, dolor de panza, y sobre todo: frío. Me moría de frío. Mientras todos salían al recreo yo me quedaba en el aula tapada con cuatro camperas encima.
Mi única satisfacción entonces era saber que llevaba 15 o 20 horas sin comer. Gozaba escuchando mi panza crujir. No era que no tenía hambre, porque de hecho lo tenía, simplemente necesitaba saber que a cada minuto que pasaba perdía peso. Eso, perder peso, tal vez pensaba que con cada kilo menos, la carga que llevaba en la espalda iba a disminuir.
Con el tiempo fueron aumentando más las horas de ayuno, y empecé a tener pérdidas. Mi mejor amiga me había dicho que se debía a como comía (que sabía ella de cómo esta comiendo yo) pero yo le hice oídos sordos. Cada vez era más exigente conmigo mismo y la comida cada vez iba reduciéndose.
Me sentía tan vacía por dentro que tenía que eliminar lo único que quedaba de mi, mi cuerpo. Eso es la anorexia, una muerte lenta, matar al cuerpo de hambre, carecer de instinto de supervivencia.
Estaba vacía y muy cansada. Lo poco que comía a penas m alcanzaba para mis pensamientos que tanto m torturaban día y noche.

Ese mismo año yo me fui con mi mejor amiga a estudiar ingles solas a Oxford, en Inglaterra.
Era perfecto, sin mi familia ni nadie que me controle. Estaba decidido ese era un viaje de ayuno total. Ayuno y nada más que ayuno.
Durante el día teníamos muchas actividades y el desgaste era muy grande, sin embargo no comíamos, ni desayunábamos, ni almorzábamos. La cena era a las 6 así que comíamos un poquito, porque además la comida no era muy rica, y seguíamos con esa pequeña cantidad de calorías en el cuerpo.
No me dejaba tentar por nada, mi estomago se achico y pronto la comida desapareció de mi vida, no comíamos. Mi mejor amiga no comía simplemente porque no quería comer sola, pero eso nunca me lo dije y yo creí que como yo, ella no se moría de hambre.
Un día estábamos en la habitación cambiándonos y cuando me saque la remera, mi amiga pudo ver el total de mis costillas y los huesos prominentes de mi cadera y mi clavícula. Se asustó mucho, y ahí perdí. Ella se avivó de lo que pasaba, me empezó a reprochar que no comiera y era una “anoréxica”. Y repetía que no quería ser flaca como las modelos. Es verdad no buscaba ser modelo, buscaba ser flaca para que el cuerpo se deshaga.
Con las calorías el tema es simple, es sol una cuestión de matemáticas, si sale más de lo que entra, se baja. Se bajaba de peso, justo lo que hacía. Mi peso cayó entonces, pase de los 43 kilos con los que me había ido a 34 kilos, aunque creo que haya llegué a menos sólo que no tenía balanza y no podía controlar, pero seguro llegue a 33
.
Sabía que podía morir en cualquier momento aunque no estaba segura de que consecuencias podría traer esto. Pero no tuve que buscar en Internet ni en ningún otro lado para saberlas después. Padecía de Bradicardia y, gracias a un ecodopler de corazón, también supe que tenía el corazón adelgazado. Además entre en una amenorrea que hasta hoy se mantiene, y eso que ya van 11 meses.
Con 35 kilos y el corazón en pésimo estado seguía caminando, paseando, viviendo, sin ni una gota de remordimiento o culpa por lo que me estaba haciendo.
El último día de nuestra estadía en el college, mi mamá llegó a buscarnos. Cuando me vió note rápidamente su cara, sus ojos sorprendidos. Me observaba y yo sabía bien lo que pensaba. Yo era un esqueleto pero no me sentía así, no me sentía flaca. Dije que tal vez por tanto caminar y por comer menos podría haber bajado un kilo o dos, pero hasta ahí.
El viaje continuó pero estaba vez con mi mamá y su pareja. Con ellos tenía que comer. Sentía que todo se me iba por la borda, que con cada miga engordaba todo lo que había bajado, que por cierto no sabía cuanto estaba pensando ni cuanto había bajado, pero estaba con ella y tenía que disimularlo. Siempre que tenía que comer frente a ella intentaba comer con total normalidad, después de todo era una buena mentirosa, una de las mejores que había conocido.

Entonces pasó lo peor.
Cuando volví a la escuela, a mi casa, a canto, a mi psicóloga, a todos los lados que solía concurrir, todos notaron mi deterioro. Yo era la única que no lo notaba. Y seguía con mis mentiras y mis ayunos.
Estando con mi novio unos días después de haber llegado le confesé la verdad, que estaba pensando 39 kilos (porque mi balanza aumentaba como 4 kilos, yo todavía seguía sin estar al tanto de mi peso real). Él se ocupó de decírselo a mi mejor amiga, quién me lo reprocho enseguida. Sabía que había cometido un error, un error fatal.
No creí que mi mejor amiga pudiera hacer lo que hizo a continuación, pero lo hizo de todos modos. Ella le contó a mi mamá que yo no comía y toda la historia.
Acá empezó mi infierno. No se que hubiera pasado o como hubiera sido si yo no l contaba nada a mi novio o si mi mejor amiga no decía nada, pero sea lo que sea que hubiese sucedió, pasó exactamente lo contrario, mi familia se enteró.
Mis papas me hablaron e intente safarla como pude, pero no fue así de fácil. Igual ellos no entendían nada, porque me veían comer, con ellos comía, ahora no sabían lo que pasaba cuando yo estaba sola. Mi mamá entonces decidió meterme en un centro de trastornos alimenticios en el cual te atiende una psiquiatra, una psicóloga y una nutricionista. No deseaba estar ahí, no deseaba ir ahí, pero fui para la primera entrevista. Creo que desde el día que me senté ahí hasta el día de hoy, lloro toda la sesión.
Para empezar me pesaron y se quedaron asustadas y totalmente shoquedas cuando vieron mi peso; yo sabía que era bajo pero no sabía que tanto. Mi mamá apenas se enteró se largo a llorar.
A la semana siguiente volví al centro con un kilo menos. Mi situación era totalmente alarmante. Me mandaron a hacerme urgente análisis y saltaron a la vista las consecuencias que ya tenían efecto en mi: la amenorrea y la bradicardia.
Así que yo estaba con riesgo cardíaco. Pero no me asustaba, de hecho seguía ayunando, deseando que se me pare el corazón. Tal vez dolía menos que la realidad.
Durante meses en ese centro lloré y lloré, aunque de a poco fui abriéndome a mi actual psiquiatra, Edith, a mi psicóloga Viviana, y a mi nutricionista Florencia.
El peso se volvió una complicación terrible, todos los días me pesaban y a pesar de darme cosas con muchas calorías para reforzar mis comidas, yo seguía bajando de peso.
Hacía cualquier cosa para escaparle a la balanza, antes mi mejor amiga, ahora mi enemiga eterna. Tomaba agua antes de pesarme, decía que me sentía mal, hacía cualquier cosa con tal de no subirme a la balanza. Pero un día me descubrieron. Me pesaron el miércoles y supuestamente había mantenido el peso (estaría supuestamente pensado algo así como 39), pero al otro día, sin que yo supiera, la psiquiatra me obligo pesarme, yo no había tomado agua y creo que hasta me había salteado varias comidas. La cuestión, estaba de nuevo en 37, casi el peso con el que había empezado, había retrocedido al comienzo del tratamiento y ya habían pasado más de 5 meses.
Cómo sabía que yo no podía sostener más esto, necesitaba ayuda, porque además mi cuerpo estaba reflejando lo que mi alma callaba, mi alma vacía y atormentada, en cuanto a lo emocional, cada vez descendía más al oscuro pozo; entonces decidí junto a mi psiquiatra y mis padres que tenía que internarme.
Estaba totalmente asustada por esa internación. Era pura y exclusivamente para engordarme, lo sabía y eso, me hacía pésimo.
Al final pude sobrellevar la internación donde lo único que hacía era comer y dormir, y por fin salí de alta del hospital con 40 kilos. 40 kilos de los cuales nunca más pude bajar ni un gramo. Se me hizo imposible, obviamente y sabiendo que estaba mal intente bajar, pero se había vuelto imposible.
Los meses pasaban y yo seguía manteniendo el peso, no me retaban porque no bajaba pero tampoco estaban muy felices porque no subía, pero al estar arriba de los treinta y algo, me dejaron tranquila con el tema de la comida para focalizarse más en mi parte emocional donde me estaba ahogando en mis propias lágrimas.
Después de un tiempo, para solucionar mi parte emocional que parecía no tener solución, me internaron en un psiquiátrico un mes, del cual salí hace no menos que una semana. Pero a pesar de haber salido con dos kilos menos, salí con otra predisposición.
Después de haber llorado todo lo que tenía que llorar y haber sufrido todo lo que sufrí, mis lágrimas lavaron el dolor, pude centrame en mí y de a poco recupere las ganas de vivir, quería vivir y poder salir adelante.
Hoy en día lo estoy intentando, pero me caigo y no puedo seguir, me cuesta, pero estoy haciendo un esfuerzo total.

No se si alguna vez me cure de la anorexia. Yo creo que nunca se me va a ir esa sensación de si estoy sola no como, o si no me obligan no como. Para que entiendan, si a mi me agarra hambre a la tarde, hora de la merienda, por más que muera de hambre, no se si podría ir por mi cuenta y comer algo no podría, necesito que haya alguien que me obligue o que este ahí. Tampoco puedo darme lujos, ni paro en los kioscos y ni siquiera hablar de comer algo fuera de las 4 comidas. No creo que pueda superar eso, no creo que pueda.




Encima volví a bajar mucho de lo que había subido cuando estaba internada, mejor ni decir lo que peso.




reality.-

Dependencia




Siento que no puedo vivir sin ellos. Porque de hecho no puedo vivir sin ellos. Lo intenté y lo intento; día a día lucho por sacármelos de la cabeza. Pero la obsesión, la dependencia te llevan a un extremo. Es una simbiosis.


Soy un parásito.




Me consumo




No se preguntaba que se iba a comer simplemente se no se comía. La comida había quedado totalmente eliminada de mi vida. Mi cuerpo se deshizo de todo alimento y pronto mi único nutriente era el aire.
Al principio costaba. El hambre me mataba y mi mente quería ceder. Pero mi objetivo era claro y lo tenía totalmente hincado en mí.
La consumición iba de a poco. Primero las calorías, después la grasa y, por último los mismo órganos.
Las calorías se iban gastando y no había repuesto. Es una simple cuenta matemática; salía más de lo que entraba.
Sentía como cada una de mis últimas calorías se consumían con cada movimiento que hacía.
Atrás quedaba mi fuerza, mi energía, pero aún así me las arreglaba.

Sabía que entonces mi cuerpo empezaba a quemar otra cosa. La grasa. La odiada grasa. La indeseable y repugnante grasa.
Yo no era una súper obesa ni tenía tanta grasa para derrochar; pero tampoco tenía algo que usar para que mi cuerpo funcione, nada de alimentos o nutrientes.
Las caminatas por Hedington o simplemente el hecho de estar viva, de respirar utilizaba la grasa, la quemaba.
De a poco, con los días, mis brazos, mis piernas, mi espalda dieron lugar a unos filosos huesos.
Entonces aparecieron el esternón, las costillas, la columna vertebral con todas sus vértebras perfectamente marcadas, la clavícula y los demás huesos.
Mis hombros parecían filosas puntas de flecha. Parecía como si la piel se fuese a rasgar.
La piel era una pequeña y delicada capa ahora. Fina y pálida.

No tenía idea como pero sabía que aunque estuviera quieta seguía gastando energía, pero ¿de dónde?
La grasa había sido eliminada, el segundo nivel estaba completo.

Pasaba mi mano por mi panza y disfrutaba el duro roce de los huesos. Cuando me acostaba en la cama a leer las revistas de chusmerío de Hollywood, me encantaba ver a las chicas súper flacas, talle zero y saber que bajo mi vestido en la zona de mi cadera se erguían los huesos de la cadera dejando una zona de hundimiento donde una vez estuvo mi panza.

Tal vez, de ahí en más, si me hubiera quedado mirando el techo hubiese pasado, pero no, yo seguí viviendo, moviéndome, respirando sin ninguna fuente de energía. Entones mi cuerpo comenzó a comerse mis órganos. Si, así pasó, literalmente.

Ana.





Pronto mis problemas emocionales se vieron acompañados de un deterioro físico. Mi cuerpo empezó a reflejar lo que mi alma callaba. Tal vez porque lo único que podía controlar en la vida era la comida.
Mi única felicidad entonces era saber que llevaba 15 o 20 horas sin comer. Cuando me sentía sola y vacía me alegraba, momentáneamente, saber que a cada minuto perdía peso.
Supongo que pensaba que con cada kilo menos me iba liberando del peso que cargaba; de esa mochila que llevaba y tanto me pesaba.
No buscaba ser flaca para ser una diosa a lo Kate Moss o Angelina Jolie. No. Era simplemente por autodestrucción. Por el mal mío. Me odiaba tanto que me hacía bien lo que en realidad me mataba de a poco.
Lo primero que elimine fueron los desayunos y las meriendas. En ese momento me sentía muy bien con dos comidas, que después iba a pasar a ser una o ninguna.
Los días pasaban lentos. Llegaba del colegio cansada y sin fuerzas con la cabeza hecha una bola de pensamientos.
Me torturaban de a poco mientras mi salud física desaparecía con los días.
Sacar el desayuno me había traído muchos problemas en la escuela. A las crisis de llanto se le sumaban retorcijones de hambre, falta de concentración y sobre todo, frío, un frío intenso. El frío me debilitaba mucho. Me pasaba los recreos en el aula sin poder salir tapada con cuatro camperas mínimo, y durante las clases era imposible prestar atención, la vista se me nublaba y el hambre me desgarraba las entrañas.
Los desayunos los escondía, los tiraba al inodoro o los llevaba al colegio para que alguna de las chicas se lo comiera. Mis métodos resultaban y eso me daba satisfacción. Una satisfacción fatal, diría.
Me faltaba fuerza y además del colegio tenía educación física, inglés dos veces por semana, psicóloga y canto dos veces por semana. Mi cuerpo no me rendía. Me caía dormida en todos los lugares que podía. Era un martirio. Sentía como se me iba la vida a cada paso. Sabía exactamente como se sentía la caricia de la muerte. Sabía que despacio me iba consumiendo, me autocomía a mi misma.
La balanza empezaba a marcar menos peso que la semana anterior y así me metía más i más en las garras de ana.

Cada vez era más la exigencia y obviamente no había vuelta a atrás y cada vez comía menos. Cada kilo perdido era un sueño logrado. Veámoslo así, no pido que lo entiendan pero tal vez así es más fácil.

Tenía tips que sacaba de páginas de Internet. Tips para la destrucción. Y los leía sin miedo pensando en aplicarlos sin remordimientos sobre mi salud.
Entre los más comunes se resaltaba mi “Dieta del chicle”. Cada vez que sentía hambre recurría a los chicles sin azúcar o mirarme desnuda al espejo y darme cuenta de la grasa de más, del dolor.





INCOMPLETO

Mi dieta





NOTA: es MI dieta, y la que quiere seguir que la siga bajo su propio riesgo.




DESYUNO:


Lo mejor siempre es NADA.

Sino un TÉ Rojo [es adelgazante] .



ALMUERZO:


NADA.


Si si o si tienen que comer porque alguien las obliga, que sea una cosa (NO CON GUARNICIÓN) y ni hablar del postre.






100 ABDOMINALES




MERIENDA:





NADA








CENA:





NADA.





Si si o si tienen que comer porque alguien las obliga, que sea una cosa (NO CON GUARNICIÓN) y ni hablar del postre.





100 ABDOMINALES

Opciones:

- Sopa (50 kcal y hay de menos)

- Calabaza (24 kcal)

- Ensalada de lecha sola (14 kcal)

- Salmon rosado (90 kcal)

- Kani- Kama (90 kcal)

- Ostra (44 kcal)

- Pulpo (56 kcal)

- Berenjena (25 kcal)

- Pechga de pollo SIN PIEL (98 kcal)